Sobre el contexto en el que se compone esta monumental pieza litúrgica, Miguel Angel Marín, doctor en Musicología, cuenta: «En torno al moribundo se agolpaban músicos que ensayaban y trasladaban a la partitura las indicaciones que Mozart iba dictando».
Al producirse el deceso, «se puso en marcha un complejo engranaje en el que intervinieron la viuda del compositor y algunos de sus colaboradores (particularmente Franz Xaver Süssmayr) con el objetivo de finalizar la obra. Mozart había muerto. Su leyenda acababa de nacer».
A lo largo de los años, el Réquiem de Mozart es objeto de numerosos arreglos y transcripciones, incluso hay una transcripción para cuarteto de cuerdas del también compositor austriaco Peter Lichtenthal.
«El Réquiem es una obra grandiosa, poderosa en el temor de sus visiones del Juicio Final, sublime en la suavidad de su evocación de la salvación y el descanso eterno», concluye el comentarista especializado, Orrin Howard, director de Publicaciones y Archivos de la Filarmónica de Los Ángeles.